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Remontándome a antaño, Caballero era un título recibido por un hombre de linaje noble que se destacaba por sus buenas acciones. Y para la iglesia, la Caballerosidad se reflejaba en un hombre valiente y leal pero también humilde y misericordioso, dispuesto al sacrificio, además de cortés.

Años atrás, el que un hombre cediera su chaqueta o abrigo a la mujer, era señal de que se estaba ante un caballero. Cederle a la dama el lado interior de una calle al caminar a su lado, era también un gesto de galantería en los tiempos de los carruajes, ya que las damas podían ser salpicadas por el agua de los charcos, pisada por los caballos o las ruedas de los carros, más bien, era el mejor modo de protegerla.

El mostrarse caballeroso es parte de la forma de ser de un hombre educado y respetuoso, no cree que ceder el asiento a una mujer joven o mayor en el autobús sea una obligación, es más bien una forma natural de actuar.

Debo resaltar, que hoy día hemos perdido la capacidad de reconocer que ser caballeroso significa ser amable y cortés con cualquier persona, sin tomar en cuenta ningún interés romántico, ya sea que exista o no. Esto significa ayudar a una mujer de la tercera edad a cargar las bolsas del mandado o tan simple como decir “salud” cuando alguien estornuda.  Por desgracia, la amabilidad hacia los desconocidos es una rareza. Gracias a que la cortesía común está casi extinta, la mayoría sospecha algo cuando recibe estos gestos o atenciones de otros y se asume que hay oculta otra intención.

Para aquellas personas que fuimos criadas bajo esa filosofía familiar, de que los hombres debían ser caballerosos y que las mujeres estaban en su total derecho de esperar esas atenciones por parte del hombre, pues estamos pasando por una etapa frustrante en donde nos enfrentamos a una sociedad en la que cada vez se ven menos esos detalles y bajo un plano en el que en realidad no sabes que, ni cuando es correcto exigirlos.

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Señores, tristemente viví recientemente una experiencia como ésta, cuando llego  a la Oficialía de Plaza Naco y desde que entro noto que todos los asientos están ocupados (en su mayoría por hombres) y veo una jovencita parada, recostada a la pared (evidentemente cansada de estar ahí) y luego de solicitar lo que requería me sumo a pararme junto a ella, esperanzada de que en algún momento cualquiera de los hombres notara nuestra presencia y nos cedieran el asiento, y la realidad es que pasó más de 30 minutos y eso nunca ocurrió. Lo más sorprendente es que los hombres que pasaban la vista por nosotras ni siquiera notaban  que éramos MUJERES (digo… eso prefiero pensar) y peor aún, las mujeres que nos veían, nos miraban como que nuestra posición era algo normal.

Definitivamente, estoy convencida de que tal y como me comentó una muy apreciada amiga, aquellas que somos madres de varones, tenemos una responsabilidad superior a la de cualquier Madre, y es la de darle a esta sociedad esos tan necesitados Hombres, Caballeros, que brillen por su galantería, por su respeto, por su cooperación, hombres con valores y principios espirituales muy arraigados, que aporten algo a la humanidad, que sumen como seres humanos, y más que nada que sean dignos de admirar.

Solo así pudiéramos lograr que perdure tras los años la honrada caballerosidad.

Por: Kedmay T. Klinger Balmaseda (klinger_psicologia@yahoo.es