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Se dice a menudo que queremos un ser humano nuevo, un mundo más justo, una sociedad mejor, una juventud sana, una infancia feliz, una Iglesia comprometida, una vida saludable… Parece que todo lo que hemos vivido en los últimos años –crisis, indiferencia religiosa, materialismo, ruptura familiar– ha sido como un mal sueño. ¿Dónde está la sociedad del bienestar que nos habían prometido? Cuando más se ha hablado de progresismo, más intensa y dolorosa ha sido la regresión de nuestra sociedad.

El modelo de vida basado en poseer más y más, consumir sin medida, divertirnos sin limitación, nos ha llevado por los oscuros caminos del fracaso.

Se ha agotado el paradigma de un prometido progreso material; ha llegado la hora de vivir de otra manera: más interior, más centrada en el espíritu, en la relación personal, en la amistad, en el amor a la naturaleza…

El mundo no es un simple lugar de placeres interminables. No vivimos para dar salida a un montón de satisfacciones biológicas.

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Hay que transformar las estructuras sociales, para hacerlas más justas, más solidarias. Se hace preciso combatir la injusticia, rechazar el egoísmo opresor, mejorar la persona, unir la familia. La vida tiene un sentido que va más allá de conveniencias y que nos recuerda que los seres humanos tenemos vocación de eternidad.

Cambiemos el bien-estar, por el bien-ser y por el bien-hacer.

Por: P. Gregorio Mateu/ felitodos@msn.com