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La presencia de la inteligencia afectiva en la familia canaliza adecuadamente las emociones y el comportamiento de nuestros hijos. Sus implicaciones se extienden a las distintas situaciones y experiencias, por eso es importante desarrollarla desde la infancia. La etapa de la niñez es apropiada para el enriquecimiento unitario de la cognición y la emoción.

La organización del cerebro y la estructuración de la personalidad parten de la educación que se recibe, en gran medida en la propia familia. Los padres contamos con numerosas vías para fomentar el desarrollo intelectual y emocional que ayudarán a nuestros hijos a tener instrumentos para desenvolverse en el futuro.

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La práctica de la inteligencia afectiva en la familia está llamada a mejorarse por los propios padres y constituye una senda idónea para enriquecer el comportamiento de los hijos potenciando los aspectos positivos y neutralizando cuanto de negativo pueda haber.

Consejos de inteligencia emocional que podemos aplicar a nuestros hijos:

Los padres podemos ayudar a favorecer el desarrollo de las habilidades emocionales de nuestros hijos desde el primer día. Algunos de los comportamientos que se deben reforzar son los siguientes.

Cultivo del amor. La familia debe ser el lugar idóneo y especial en que se formen nuestros hijos. Ellos advierten lo que hacemos y decimos. El modelo ofrecido por los miembros de la familia impacta cognitiva y emocionalmente en nuestros hijos. El repertorio conductual observado en los seres queridos cercanos y significativos tiende a imitarse. Así, el optimismo o pesimismo, la manera de relacionarse, el tono vital básico, etc., dependen en gran medida del aprendizaje empírico acontecido en el hogar durante la infancia.

La actitud cordial. El clima familiar favorecedor de inteligencia afectiva está presidido por la cordialidad, por la comprensión empática, el respeto, la confianza, la comunicación, la sinceridad y la cooperación. La cordialidad genera seguridad y favorece la maduración. Esta disposición emocional de los padres hacia sus hijos, , fomenta el encuentro, fortalece la vida familiar y estimula la identificación y la expresión de la afectividad de nuestros hijos, al igual que su adecuada canalización.

La estimulación intelectual. No se trata de recibir sin más gran cantidad de estímulos intelectuales, sino de que éstos sean variados y beneficiosos. A los padres corresponde en gran medida construir un ambiente que despierte el amor a la cultura en sus diversas manifestaciones.

La disciplina. A través de normas razonadas y razonables nuestros hijos adquieren y refuerzan conductas de elevado valor para la convivencia. Una disciplina con signo humanista permite canalizar la energía intelectual y afectiva de nuestros hijos, que de otro modo se reprime o desborda.

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