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Decía Mark Twain; «Cuando tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Cuando cumplí veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.»

Hoy las edades son un poco diferentes, pero el sentido sigue siendo el mismo. Cuando somos niños, los padres son lo máximo, los que más saben sobre la tierra, los genios y lo que queremos ser cuando seamos adultos. Luego pasa una época en la que los consideramos ignorantes por completo de lo que es la vida, rompemos el cordón que nos unía a ellos y nos llevamos decepciones increíbles. Pero cuando nacen nuestros hijos, comenzamos a ver la sabiduría de los progenitores. Ellos pasan a ser nuestros asesores, los que tienen la experiencia, la verdadera sabiduría.

Muchos padres logran mantener la unión sin grandes pausas. Otros padres logran romper el cordón de tal manera que sus hijos nunca más vuelven a considerarlos como los sabios. Pienso que es más parte del comportamiento y de cómo forjamos la relación que de la naturaleza.

Los adolescentes no han sido adultos, pero todos los adultos hemos sido adolescentes. Propongo que los adultos tratemos de entender más a los jóvenes, viendo lo bueno de esa época sin pedirles que entiendan lo que es ser adulto. Siempre trato de ver cómo reaccionaba yo en esa edad y de guiar a mis hijos para que cometan menos errores.

Por: Diego A. Sosa
Consultor, Coach, Conferencista y Escritor