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Wara González, directora del Colegio Kids Create
, narra, en este hermoso artículo, como le dio a su pequeño hijo una gran lección de vida poniéndolo en contacto con la dura realidad que viven miles de dominicanos a diario. Más que lamentar o reprochar la indiferencia colectiva, esta educadora nos muestra como los padres podemos sembrar la semilla de la solidaridad en nuestros hogares.

Jueves 3:30 p.m.

“Ojala que siga lloviendo así no tengo que volver al colegio, yupi!!!!” Esta fue la exclamación de mi hijo de 10 años, ante las lluvias torrenciales de la Tormenta Noel. Lo que mi hijo no sabia es que aquella agua en esos mismos momentos no solo hería la tierra sino el alma de miles de dominicanos desesperados. Lo mire incrédula y le dije “Mi hijo, cada gota de agua que cae pone en peligro la vida de miles de personas… ¿Como te atreves?” Exprese con una mirada herida y alarmada que el no supo interpretar.

Luego de reflexionar sobre lo sucedido aquella tarde, me di cuenta que la indignación estaba mal dirigida. No era a mi hijo de 10 años a quien debía recriminar por tal actitud sino a mi misma que no le había enseñado cual era la realidad de la mayoría de la población en la República Dominicana, ni tampoco le había enseñado a ver mas allá de sus ojos.

Determiné enmendar las cosas, el curso de acción me pareció muy claro. Me dispuse a telefonear a todos los lugares que habían estado pidiendo donaciones materiales para ofrecer manos adultas y de niños que podían ayudar con las cajas, distribución de alimentos o lo que fuera. Mi misión la tenia clara: Necesito que mi hijo comience a entender y vivir la palabra solidaridad.

Quería darle la oportunidad de que viese la realidad de lo que estaba pasando en nuestro país. Que la palpase no a través de tinta borrosa de un periódico o a través de una de mis largas conversaciones sino que la pudiera ver, escuchar, sentir y oler, a través de su propio sudor y esfuerzo.

Sábado 9:00 a.m.

“No quiero ir”, ¿Pero por que tengo que ir? Yo iba a jugar en la computadora….hoy es sábado, los sábados se descansa… ¿Y si me aburro? ¿Allá me prestan una computadora? ¿Pues si allá no hay computadoras nos podemos llevar tu laptop por si acaso?

– No, no, y no. Entenderás un poco mas tarde y SI, es obligado, no tienes opción.

Sábado 11:00 a.m.

En una procesión de 10 carros y dos camiones nos dirigimos al barrio Mejoramiento Social a unas pocas cuadras de La Cienaga. En el camino se les explicó a los niños, los estragos que había causado la tormenta Noel, como miles de personas habían perdido sus casas, todas sus pertenencias, y algunos sus vidas. Comenzaron a entender lo que era la vida en un refugio, la escasez de agua, alimentos, la posibilidad de enfermedades y lo que significaban las palabras: refugiados y evacuados. Intentamos que imaginaran lo que pudieran estar sintiendo estas personas y esos niños y que lo expresaran en palabras. Poco a poco se iban abriendo no solo su entendimiento sino también sus corazones.

A medida que nos acercábamos al barrio, pudieron apreciar una ciudad que nunca habían visto y por la cual nunca habían paseado.

Los ojos grandes parecían estar absorbiendo un mundo nuevo. Cuando llegamos a nuestro destino: Un almacén de un colegio de monjas, hicimos un compromiso: Nadie podía quejarse. Los demás nos necesitaban y era importante realizar nuestro mejor esfuerzo. Se les pidió que cuando sintieran que no podían cargar una caja más, cargaran por lo menos 5 más. Y que cuando sintieran que no le quedaban fuerzas pensaran en las personas que estaban necesitadas. Todos aceptaron.

Bajo un sol agobiante y un olor que ellos no reconocían y que yo no sabía describir, iniciamos el trabajo de descargar los camiones y organizar las cosas en un almacén. Las leches, salchichas, tunas, materiales de limpieza…cada cosa en su lugar. Luego clasificamos la ropa en grupos (mujer, hombre, niños). El sol, el olor todo quedo en un segundo plano, la concentración en la tarea por delante no dejaba espacio para mucho mas.

Trabajamos sin tregua por dos horas y medias. Nadie se quejó, el grupo parecía estar coordinado a la perfección. No había jefes, no hubo titubeos, todo se hizo en colaboración y armonía. Los niños y adolescentes brillaron por su entusiasmo y entrega. El resultado fue un almacén reluciente donde todo estaba bien ubicado y etiquetado. El Padre Javier sonreía de oreja a oreja.

Nuestras ropas podían exprimirse, sudamos hasta los huesos. No solo nos dolían los brazos sino la espalda y bueno…el cuerpo entero.

De camino a casa la conversación de los niños era muy distinta a la que habían sostenido en el viaje de ida. Ahora comentaban y mostraban preocupación con cuestionamientos como ¿Qué tan rápido va el sacerdote a llevar las cosas a la gente en el refugio? Sus pensamientos se concentraban ahora en dar seguimiento al trabajo realizado. Iban felices, satisfechos y agotados.

Sábado 8:00 p.m.

Los dolores van saliendo poco a poco. El sábado termino con un cansancio físico, que hace años no sentía pero con el corazón rebosado de gozo y alegría. Recibí una llamada de una de las madres que junto a su hijo había participado de la experiencia:

“¿Sientes lo mismo que yo “? Me pregunto

“ Te refieres a este gozo inmenso que invade mi alma?

“Exactamente”.

Aparentemente, no solo yo; fui testigo del milagro del 3 de noviembre.

Tengo la certeza de que mis dos hijos que despertaron esa mañana no fueron los mismos niños que se acostaron esa noche. Al igual que los demás niños y adolescentes que participaron de la experiencia ese día…algo había cambiado para siempre en ellos. Y quizás piensen que me lo estoy inventando pero en sus ojos brillaba algo que el día anterior no estaba. Una luz casi imperceptible pero que las madres podemos ver a distancia. Algunos le llaman ser solidarios, otros simplemente ser mas sensibles. Pero si los ojos son el espejo del alma, el alma de nuestros hijos ese día, era pura luz.

¿ Qué podemos aprender de esto como padres?

Hay que sembrar las semillas de la solidaridad en nuestros hijos. No con palabras sino con acciones concretas.

Involucrar a los niños desde que puedan física y emocionalmente en labores de acción social. No pensaba llevar a mi hijo de 6 años, pero el insistió. Yo acepte y el me demostró que su corazón era mas grande que sus años. Cada hijo es distinto y cada padre deberá determinar cuando un hijo esta listo y cuando no. Sin embargo, mientras más temprano mejor. Estas actividades pueden ser:

  1. Clasificar ropas,
  2. Servir comidas
  3. Cargar objetos
  4. Organizar almacenes
  5. Reparar, limpiar juguetes
  6. Envolver juguetes
  7. Preparar paquetes, cajas o fundas con alimentos o materiales.
  8. Sembrar un jardín de una escuela publica, área de un parque u otro.
  9. Pintar el área de juego de una escuela o facilidad publica.
  10. Repartir volantes en un barrio
  11. Hacer cartelones sobre algún tema y pegarlos en un barrio (campaña contra la basura, no ensuciar el río, entre otros…)

Ojos que no ven corazón que no siente. Hay que mostrar a nuestros hijos la realidad del mundo que nos rodea. Crecer en una burbuja nunca es saludable. Estas actividades pueden ser:

Pasear por diferentes barrios de la ciudad y observar las viviendas y compararlas con las suyas Visitar una escuela publica y establecer diferencias con sus colegios Visitar un mercado y comparar con el supermercado. Ir a conocer la vivienda y familiares de las personas que trabajan en nuestras casas (niñeras, chóferes, lavanderas, etc.).

La motivación casi nunca nace antes, sino que se encuentra en el camino. No espere a que sus hijos se sientan motivados a la acción. La motivación la encontraran en la actividad misma. En otras palabras hay ocasiones en las que será necesario iniciar la actividad aunque se resistan al principio, luego encontraran el sentido y el entusiasmo. Pablo Picasso decía que “Si la inspiración existe, a mi me encuentra trabajando”. Y Santa Teresa expresaba que cuando no tengas deseos de orar “Ora, hasta que te lleguen las ganas”. No esperen a que los hijos quieran hacer las cosas, impúlselos a la acción, lo demás llegara por añadidura.