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El “remolino”
intenso de actividades diarias es algo que nos devora a todos, no importa la edad, sexo o clase social. Estamos enfrascados constantemente en un ir y venir del que a muchos les es difícil desprenderse, pues cada día las responsabilidades y compromisos se multiplican. Y, para aquellos que aún no se han dado cuenta, los más afectados en ese torbellino son nuestros hijos y nuestra pareja. Por ellos somos capaces de dar la vida, pero dejamos que la vida se nos vaya sin ser capaces de darles todo el cuidado que se merecen. Ese cuidado está claro que debe ser esmerado, consciente, meticuloso y lleno de todo el afecto y amor posible.

Dentro de ese “remolino”, las parejas donde ambos laboran, debemos buscar a alguien que, en nuestra ausencia, supla el rol de cuidador que nos corresponde como padres.

Estas personas, no casi siempre las elegimos con todo el rigor necesario y nos dejamos llevar por un sentimiento de “gusto” totalmente equivocado. El gusto, en todos los tiempos y lugares, ha sido  y será algo pasajero, no perdura. La manzana que hoy me cae tan bien de merienda, puede que mañana me provoque unos malestares estomacales tremendos y ya no me “guste” comerla. De igual modo, esas personas que elegimos para el cuidado de nuestros hijos, deben “gustarnos” de verdad, debemos tener la certeza de que serán dignos sustitutos nuestros.

Y una de las cosas por las que debemos velar es por la manera de expresarse y conducirse que tienen esas personas que seleccionamos. Recordemos que la imitación es una de las bases fundamentales en el aprendizaje del pequeño y, como una esponja, absorberá todo cuanto acontece a su alrededor. Un lenguaje vulgar, mal pronunciado, mal intencionado y una conducta irreverente, desfachatada y ocultamente sinvergüenza, indudablemente son elementos que sí salen a relucir en una simple entrevista o conversatorio con esa persona. Pero como padres desesperados por encontrar a alguien que nos “resuelva” nuestro problema, somos capaces de engañarnos a nosotros mismos, dejando pasar todo esto por alto y justificándolo con cosas como: poco a poco irá acostumbrándose a nuestro modo, no se le puede pedir más, no tengo tiempo de seguir buscando, probemos durante un tiempito…

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Y créanme que se arrepentirán. Recién llegados a este país, tuvimos la amarga experiencia de contar con uno de esos ejemplares (llevados por la imperiosa necesidad de trabajar por ser inmigrantes). Lo menos que puedo narrar es que esa persona, cuando se bañaba, se secaba con nuestras toallas, sin hablar de las cosas negativas que decía de mí en presencia de mis hijos, los que por suerte o por buen entrenamiento nuestro, rebatían lo más que podían esas blasfemias. El traje de “corderito” con el que esa persona llegó a mi casa y nuestro apuro por contratarla, nos hicieron condescender y tomar sus servicios sin hurgar un poco más en ella. Y con- descender es descender- con. Por supuesto, que el lobo salió a flote y en los últimos momentos, dejaba a los niños solos en una habitación para ella ponerse a “rezar”. Eso sin hablar de las veces que sus familiares (personas con sus mismas costumbres y maneras de comportarse), visitaban la casa en ausencia nuestra.

Amigos y amigas: ese tesoro que es la familia, no podemos delegarlo en nadie que no sea digno y responsable. No nos tapemos los ojos ante eso. Esas personas sí influyen en nuestras vidas, pues el roce diario hace que los seres humanos se complementen unos con otros. El estar a cargo de nuestro patrimonio familiar en nuestra ausencia NO puede hacerlo cualquiera. ¡Cerciorémonos de que realmente damos paso en nuestro hogar a alguien que va a aportarle a mi familia tanto como yo le aporto humanamente! No esperemos a que esa persona “aprenda” con nosotros, pues corremos el riesgo de que sean nuestros hijos los que “aprendan” con ellos todo lo negativa que puede ser la vida.

Por: Han Mei Gan Felipe
Lic. Educación Básica
hmgan69@yahoo.com