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Criterios para una correcta alimentación infantil

En el momento del nacimiento el niño depende por completo del entorno para poder alimentarse. Hasta llegar a la autonomía en la adolescencia, el desarrollo de la conducta y de los hábitos alimentarios constituye un proceso en el que es determinante la actitud de los padres para culminarlo con éxito.

Este proceso debe ser gradual y supone un aumento de la independencia del niño frente a sus padres y del propio control en el acto de alimentarse.

Los hijos de padres autoritarios que fuerzan a sus pequeños a comer y los de aquellos otros que adoptan una actitud absolutamente permisiva, no son capaces en general de desarrollar el necesario grado de autocontrol en la ingesta de energía, a diferencia de los hijos de padres responsables.

Aunque hacen falta nuevos estudios que lo confirmen, parece que estas diferencias individuales y precoces en el control de la ingesta alimentaria emergen posteriormente, persistiendo en la edad adulta, en forma de estilos de alimentación poco deseables (restricciones alimentarias injustificadas, dietas asumidas de forma crónica, alimentación “desinhibida o compulsiva”), estilos asociados generalmente tanto con alteraciones de la conducta alimentaria como con la obesidad.

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La calidad de una dieta depende del intervalo entre las comidas, de la cantidad ingerida en cada toma y de la composición de éstas en cuanto a selección de alimentos. Existen peculiaridades en el desarrollo de cada uno de estos aspectos durante la infancia, pudiendo los lactantes y niños asumir un alto grado de control sobre ellos.

En el lactante, el intervalo entre las tomas es el mayor mecanismo de control para regular la ingesta, por lo que hay que potenciar la alimentación “a demanda”, tanto en el niño alimentado al pecho como en el que lo hace mediante biberón.

Para ello es necesario que los padres estén motivados, que no existan conflictos de horarios y que se sepa apreciar y distinguir el hambre de otros malestares.

Cuando el niño crece y comienza a ser socializado con el concurso de los patrones temporales de su cultura, entonces hay que tolerar o permitir los “tentempiés” y evitar los horarios estrictos.

En lactantes y niños la densidad energética del alimento es determinante de la cantidad ingerida. La sensación de saciedad depende también del estilo familiar de alimentación y la capacidad para reconocerla por parte del niño está inversamente relacionada con la actitud impositiva de los padres y con la mayor o menor adiposidad de estos.

Aunque la ingesta según comidas puede llegar a ser muy variable, el ingreso energético total diario es relativamente constante para cada niño, ajustándose la cantidad total de comida en un periodo de 24 horas, legándose a comer más si los alimentos ingeridos con anterioridad son más bien diluidos antes que concentrados.

Nunca hay que forzar al niño a comer más de lo que razonablemente quiera. La información proporcionada a los padres sobre la cantidad efectivamente necesaria de alimentos disminuye la ansiedad de éstos sobre lo adecuado o inadecuado de la dieta, pues con frecuencia se sobrestima la cantidad que deben comer los hijos, sobre todo a partir del primer año de vida, cuando disminuyen las necesidades para el crecimiento.

Con la introducción de los alimentos enteros o no triturados, la propia masticación puede suponer un freno a la ingesta por el «cansancio» que se deriva de la misma, lo que es un hecho totalmente normal.

Las preferencias alimentarias son el determinante fundamental de la ingesta de alimentos y, a excepción del placer innato por el sabor dulce y el rechazo de lo agrio y de lo amargo, los gustos se desarrollan con el propio consumo de alimentos.

El niño, como otros omnívoros, puede rechazar los alimentos nuevos que se le ofrecen, porque no los conoce. Por esta razón es necesario el concurso de la experiencia individual en base al consumo regular del nuevo alimento, siempre que no se induzcan efectos gastrointestinales negativos. Pueden ser precisas hasta 8 a 10 tomas de un nuevo alimento para su general aceptación, en un ambiente relajado, sin gritos ni presiones.

Aunque las preferencias surgen primero por la vista, es imprescindible degustarlo aunque sea en pequeñas cantidades. El proceso de aceptar nuevos alimentos es distinto para los niños alimentados con lactancia materna, frente a la artificial.

En el primer caso tienen mayor experiencia en variedad de aromas que pasan por la leche y los aceptan mejor. Además, existen razones culturales y sociales, como son la asociación con fiestas y ambientes relajados y agradables, y otros de naturaleza sensorial, de placentera saciedad, aroma agradable, sabor dulce, que condicionan las preferencias por ciertos alimentos, en general ricos en grasa y carbohidratos.

Además, la preferencia por la grasa, y la ingesta diaria total se relacionan con el sobrepeso de los padres, lo que muestra de nuevo el papel central de los factores familiares en la selección de los alimentos y en el control de la ingesta. Para muchos alimentos como, por ejemplo, los vegetales, el aprendizaje “asociativo” puede ser esencial para aceptarlos.

Por otra parte, es importante no imponer determinados patrones alimentarios en base a prácticas fuertemente coercitivas ni evitar radicalmente los alimentos coloquialmente denominados “basura”, pues tales imposiciones y prohibiciones pueden resultar un gran atractivo para actuar en opuesto sentido.

Cuando se introduce la alimentación complementaria, como las preferencias de los alimentos se relacionan con su familiaridad, los padres tienen un poder excepcional para encauzar adecuadamente las dietas de sus hijos, debiendo centrarse, no tanto en controlar las comidas individualmente, sino en ayudar al niño a desarrollar preferencias en la selección de alimentos compatibles con una comida sana y variada.

Este articulo es de la autoría de CONSUELO PEDRÓN GINER Médico especialista en Pediatría. Puedes encontrarlo en las publicaciones del sitio web mercasa.es