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En la actualidad tanto la familia como las escuelas públicas y colegios privados están altamente preocupados por los casos de violencia generalizada, el maltrato, la desintegración de las buenas costumbres y la falta de respeto a los demás, tanto en el ámbito familiar como en el escolar y en la sociedad.

Estas noticias reflejan ampliamente que existen cada vez más emociones fuera de control en la vida de los niños, jóvenes y adultos y el medio donde se desenvuelven. Hay que ir más allá de la simple lamentación y tomar acciones efectivas. Y esto deberá hacerlo tanto la escuela como la familia.

Frente a esta realidad, hay que prevenir y evitar una amplia lista de emociones negativas que conducen a la  “enfermedad emocional”, a la “deficiencia moral” y al “analfabetismo emocional”  tales como: el egoísmo, la imprudencia, la desesperación, la hostilidad, la crueldad, la ira, el pesimismo, la depresión, el resentimiento, la falta de compasión, los celos, envidia, engaño, petulancia, desvergüenza, falta de escrúpulos, el consumismo, la agresividad y la ruindad espiritual que corrompe los propios los valores y el concepto del bien y la convivencia con los demás.

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Es responsabilidad, tanto de la familia como de la escuela, el enseñar, exigir, guiar y alentar un conjunto de emociones sanas y positivas que están vinculadas a la “salud emocional”, a la “inteligencia emocional”, a la felicidad, a la convivencia armónica y la solidaridad. Entre estas emociones sanas figuran la autoestima, la compasión, la benevolencia, la generosidad, el amor, la bondad, la verdad, la responsabilidad, la justicia , la honestidad, el respeto a la diversidad, la cortesía y las buenas costumbres.

Esta necesidad se vuelve más imperiosa en la medida que las investigaciones han demostrado que para “la emoción es un elemento importante y decisivo pensamiento eficaz”, tanto en la toma de decisiones como en el simple hecho de pensar con claridad.

Cuando un niño, joven o adulto tiene un repertorio emocional empobrecido o se siente emocionalmente alterada “no puede pensar y actuar correctamente”, y la perturbación emocional constante puede crear comportamientos desajustados en las capacidades intelectuales de un niño, adolescente o adulto “deteriorando la capacidad de aprender” y colocarlo en situaciones de riesgo como el fracaso escolar, las drogas, el bullying y hasta la criminalidad.

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Tanto la escuela como la familia deben considerar una obligación ineludible el  “alfabetizar emocionalmente”, el “educar las emociones”, el promover el desarrollo de la “inteligencia emocional”,  el “educar el corazón”, el “educar para el bien”, el “educar para el buen vivir”, el “educar para lo bueno, lo justo y lo bello”. Y para hacerlo, y hacerlo bien, los padres y los profesores deberán ser, a su vez, “emocionalmente competentes”, “emocionalmente inteligentes”, “emocionalmente equilibrados”.  Padres y maestros tienen la gran oportunidad de educar para la felicidad. ¡Ojalá que lo hagan siempre!

Psicólogo Héctor Rodríguez-Cruz

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