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Generalmente las burlas se inician en primero de primaria, pero tienen su fuerte entre los nueve y los diez años, cuando se está entrando a la pubertad. Y esto ocurre, porque a esa edad es que se comienzan a percibir más cambios físicos importantes y los niños toman conciencia en relación a su cuerpo. 

Es muy probable que los menores afectados comiencen a demostrar actitudes depresivas o irritables, que los padres deberíamos reconocer a tiempo, ya que revelan que el complejo está siendo mal elaborado por los niños. Los niños que están viviendo estas circunstancias empiezan a perder concentración en clases. 

Los educadores y los padres también podemos contribuir a generar complejos, cuando somos demasiado duros al regañar a los niños y hacer comparaciones. Reforzar la autoestima de los niños debe ser una tarea que los padres deberíamos asumir desde la infancia. 

Para lograr este objetivo, es necesario reafirmar los valores, y no basar la vida en la apariencia externa. Lo recomendable es que el niño se desarrolle en un ambiente donde se le proporcione la suficiente confianza y se le inculque la importancia de su valor como individuo. Un niño seguro de sí mismo podrá enfrentar en forma positiva los complejos y burlas.

Algunos especialistas coinciden en señalar que hasta los 8 años de edad los padres forjan el 90 % de los criterios de vida de sus hijos a través de la educación y el ejemplo, que son cruciales durante el período adulto de la persona. 


Estos criterios que inculcan los progenitores tienen que ver mucho con lo que le dicen a su hijo, porque a esa edad, para los niños lo más importante es su relación con el mundo a través de sus padres, ya que asumen los criterios de éstos como verdades absolutas. 

Por eso, es tan importante que nosotros como padres, profesores, o tutores, aprendamos a escuchar a los niños y siempre dedicarles toda la atención cuando atraviese por un proceso doloroso. Negar la realidad sólo empeora las cosas. 

Enseñemos a nuestros niños a aceptarse, sin buscar la perfección. En este sentido, es importante inculcarles el valor de la diversidad y evitar la mentalidad de que todos debemos ser iguales. Esforcémonos por potenciar los recursos propios de los niños, facilitándoles descubrir sus tesoros internos;  y no olvidemos fomentarle las habilidades de comunicación y relación con otros niños.

Dese tiempo para analizar objetivamente lo que se esconde detrás del complejo, de modo que pueda tener la certeza de que se trata de un problema real y no de un trastorno de inseguridad. Pero en caso de ser necesario, no dude en pedir ayuda profesional.

Por: Lic. Kedmay T. Klinger Balmaseda / Psicóloga Clínica

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