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Hasta hace sólo algunos años, los especialistas sostenían que el niño, en el momento de nacer, ya tenía estructurado su desarrollo cerebral, y que básicamente estaba condicionado por la genética. Anteriormente no reconocían el impacto que en la estructura cerebral tenían las experiencias que el niño podía tener, ya fuera en sus primeros días de vida extrauterina o en los primeros meses o años posteriores.

Gracias a los avances en la química cerebral y el uso de las nuevas tecnologías desarrolladas, hoy se conoce que el proceso es más complejo y que en él tiene una gran influencia el medio ambiente. El cerebro del niño no es ni una página en blanco en espera de que se escriba en ella una biografía, ni un circuito integrado determinado y controlado por genes implacables. Desde la primera división celular, el desarrollo del cerebro es producto de un delicado equilibrio entre genes y entorno.

Aunque los genes prescriben la secuencia del desarrollo normal, el carácter del desarrollo
se ve determinado por factores circundantes que afectan a la madre mientras está embarazada y luego al lactante.

Factores como una nutrición adecuada, un buen estado de salud, agua no contaminada y un entorno seguro que proteja al niño de la violencia, los abusos, la explotación y la discriminación, contribuyen en conjunto al crecimiento y desarrollo del cerebro.

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De aquí la importancia que tanto los padres como los que tienen la responsabilidad del cuidado de niños, apliquen adecuadamente estos cuidados. Los mismos son fundamentales en la adecuada formación de la capacidad neuronal.

Los neurocientíficos afirman que la preocupación y protección que se da al niño, logra, además, una adecuada funcionalidad biológica del mismo, un crecimiento físico normal y una apropiada respuesta al stress de la vida diaria.

Los factores emocionales captados por el cerebro durante los primeros años de vida llegan a influir directamente en el crecimiento físico y en el desarrollo adecuado de los procesos inmunológicos. Si estos estímulos emocionales son negativos, se traducen en un retardo en el crecimiento. Esto se ha visto claramente en los niños no deseados y/o con falta de cuidados en los primeros períodos de la vida. Siempre presentan un retraso de las funciones cerebrales, cognitivas, motoras y sociales.

Por: Kathia M. Jonkhas
Psicóloga Clínica