Existe una inclinación natural de creer que la paz es ausencia de crisis o conflictos, pero no hay nada más diferente a la realidad que esto. Tener paz es poder experimentar el reposo y confianza que brinda el saber que sin importar la circunstancia que se pueda estar viviendo o que se aproxima, todo saldrá bien.
Por lo general la celebración en los países o culturas de trasfondo cristiano de lo que llamamos Navidad, pretender señalar a aquel evento que marcó la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios.
Cuando nuestra celebración se basa de manera real en este acontecimiento, entonces no importa el contexto emocional, familiar, económico u otro que podamos estar atravesando, podremos tener la certeza de que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones. Ya que más que dividir una era en “antes y después” su propósito fue el transformar las vidas de las personas en un “antes y después” de conocerle a Él.
Solo basta con leer la prensa o escuchar a las personas hablar para llegar a la conclusión de que estamos en medio de tiempo difíciles. No quiero ser portador de un panorama gris, así que también quiero que veamos que este tiempo es propicio para reuniones familiares, reencuentros, vidas que se unen en matrimonio, fiestas que se realizan para armonizar con la temporada, etc.
Te puedo decir que he estado en ambos lados. A veces como péndulo de reloj; en un mismo tiempo celebro y por otro lado experimento recuerdos o situaciones que pueden traer tristeza, temor o confusión.
Lo impresionante es que en cualquiera que sea la situación, Jesús ha marcado y marcará siempre la diferencia para tener paz. Ya sea en una boda donde al acabarse el vino, se produce los anfitriones sienten vergüenza, pero se produce un milagro que permite continuar con la celebración y reconocer que cuando Dios hace las cosas, las realiza mejor. O por otro lado, en medio de una tormenta, ponerse de pie, manifestar su presencia y traer calma no solo a sus discípulos, sino también a las demás barcas que le rodeaban.
En conclusión, celebremos la Navidad (natividad = nacimiento) permitiendo que Jesús nazca en cada uno de nuestros corazones, se convierta en el centro de nuestro matrimonios, familias o vidas en particular y así poder no solo en esta temporada, sino por siempre tener… ¡tiempos de paz!
Por: Javier Valdez
Pastor y consejero familiar