Recuerdo que a la edad de 9 años leí mi primer libro completo, una novela de Julio Verne llamada “La isla Misteriosa”, la razón por la que lo leí en ese momento es hoy más clara que nunca. Mi padre me había dicho que lo había leído de niño, y como constantemente veía a mis padres leyendo uno que otro libro en la noche, simplemente quería ser como ellos.
Hoy mirando en a mi alrededor veo a los padres frente a sus pequeños niños revisando la pantalla de su dispositivo móvil, sea para leer, o para escribir mensajes, twitiar, actualizar el facebook o la totalmente legítima y necesaria revisión periódica del correo electrónico, esto sin lugar a dudas es y será la actividad predilecta a imitar de nuestros niños. Sin embargo, es complicado en nuestro mundo abstraernos de esa tan importante actividad y mucho menos pretender que nuestros hijos no hagan lo mismo, cuando en realidad el mundo que se les viene arriba es cada vez más tecnológico y más dependiente de las facilidades que esta ofrece.
Pero tuvimos nosotros algo en nuestra infancia que ellos difícilmente tendrán; tiempo solos, tiempo para meditar y jugar solo con la fantasía de nuestras mentes, tiempo necesario para adentrarnos en nuestro interior y ser lo que solo se puede ser cuando no se interactúa con otro ser humano, ese momento que nos ayuda a fortalecer el carácter y a conocernos a nosotros mismos. Aunque somos seres sociables, necesitamos tanto la soledad y la falta de interacción, como las relaciones humanas. No debemos subvalorar la capacidad de ensimismarnos. En nuestra época es cada vez menos el tiempo que pasamos sin la oportunidad de comentar en las redes sociales, de leer un comentario a una foto publicada, de responder un mail a los pocos minutos de que el remitente la haya escrito, de responder un mensaje en el Blackberry, ya definitivamente no estamos solos ni un minuto del día, siempre hay alguien del otro lado del dispositivo dispuesto a interactuar con nosotros.
Los niños necesitan para el sano crecimiento conocer la oportunidad de estar solos, a medida que van creciendo hasta llegar a la adolescencia; y ahí llegar a entender que la tecnología de la comunicación es un medio y no un fin en sí misma. De esta manera, se puede incentivar a que sientan la necesidad de estar solo de vez en cuando, que puede estar acompañado de una persona o simplemente de su familia y no de centenares de conocidos, amigos y familiares a través del internet.
OJO…. no le pido que le prohíba el uso de estos dispositivos, ni mucho menos del internet, no se les puede coartar de esta herramienta, que se está convirtiendo cada vez más en sinónimo de eficiencia y productividad, al mismo tiempo que nos entretiene y nos informa; sino que más que controlar su uso se le enseñe como debe ser usado y como debe protegerse dentro de este mundo virtual. Se sugiere que cuando usted esté con sus hijos compartiendo, sin importar la edad de estos (mientras más pequeños con más razón), limite su uso, guarde esa ansiedad que todos tenemos de ver esa pantalla y responder a las alertas que estos dispositivos nos dan.
Entiendo que es la mejor manera que tenemos de enseñar con el ejemplo y la convicción de que los humanos no necesitamos estar tan conectado los unos a los otros para vivir plenamente, y que a veces es placentero hasta desconectarse totalmente, algo que definitivamente a ellos le costará entender.
Por: Randolfo Rijo Gómez
Abogado