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Compartimos esta dura e interesante reflexión del reconocido psiquiatra dominicano César Mella. Puedes estar de acuerdo o no con su opinión, pero lo cierto es que debemos repensar la manera en que los padres/madres responsables educamos a nuestros hijos. Mientras les damos lo que necesitan debemos incentivarlos a trabajar por lo que quieren, una vida esfuerzo es un vida sin valores… ¿tu qué opinas? 

Estamos criando vagos

  1. Hay que llamarlos varias veces en la mañana para llevarlos a la escuela.

  2. Se levantan irritados pues se acuestan muy tarde hablando por teléfono o conectados a la Internet.
  3. No se ocupan de que su ropa esté limpia y mucho menos ponen un dedo en nada que tenga que ver con ‘arreglar algo en el hogar’.
  4. Idolatran a sus amigos y viven poniéndoles ‘defectos’ a sus padres a los cuales acusan a diario de que ‘están pasaos’.
  5. No hay quien les hable de ideologías, de moral y de buenas costumbres, pues consideran que ya lo saben todo.
  6. Hay que darles su ‘semanal’ o mesada de la que se quejan a diario porque ‘eso no me alcanza’.
  7. Si son universitarios siempre inventan unos paseos de fin de semana que lo menos que uno sospecha es que regresarán con un embarazo o habiendo fumado un pito de marihuana.

Definitivamente estamos rendidos y la tasa de retorno se aleja cada vez más, pues aún el día en que consiguen un trabajo hay que seguir manteniéndoles.

Me refiero a un segmento cada vez mayor de los chicos de capas medias urbanas que bien pudieran estar entre los 14 y los 24 años y que para aquellos padres que tienen de dos a cuatro hijos constituyen un verdadero dolor de cabeza. 

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¿En que estamos fallando? 

Para los nacidos en los cuarenta y cincuenta el orgullo reiterado es que se levantaban de madrugada a ordeñar las vacas con el abuelo; que tení­an que limpiar la casa; que lustraban sus zapatos; algunos fueron limpiabotas y repartidores de diarios; otros llevábamos al taller de costura la ropa que elaboraba nuestra madre o tení­amos un pequeño salario en la Iglesia en donde ayudábamos a oficiar la Misa cada madrugada. 

Lo que le pasó a nuestra generación es que elaboramos un discurso que no dio resultado: ‘¡Yo no quiero que mi hijo pase los trabajos que yo pasé!’. 

Nunca conocieron la escasez, se criaron desperdiciando, a los 10 años ya habí­an ido a Disney World dos veces cuando nosotros a los 20 no sabí­amos lo que era tener un pasaporte. El ‘dame’ y el ‘cómprame’ siempre fue generosamente complacido y ellos se convirtieron en habitantes de una pensión con todo incluido que luego querí­amos que fuera un hogar.

Al final se marchan al exterior a la conquista de una pareja y vuelven al hogar divorciados o porque la cosa ‘se les aprieta’ en su nueva vida.

Los que tienen hijos pequeños pónganlos los domingos a lavar los carros y a limpiar sus zapatos. Un pago simbólico por eso puede generar una relación en sus mentes entre trabajo y bienestar.

Las hembritas deben desde temprano aprender a lavar, planchar, cocinar para que entiendan la economí­a doméstica en tiempos que podrí­an ser más difí­ciles. 

La música metálica, los conciertos, la tele, la moda y toda la electrónica de la comunicación han creado un marco de referencia muy diferente al que nos tocó. 

Estamos compelidos (Compelir = Compeler: tr. Obligar a alguien, con fuerza o por autoridad, a que haga lo que no quiere) a revisar por los resultados si fuimos muy permisivos o si sencillamente hemos trabajado tanto que el cuido de nuestros hijos queda en manos de las domésticas y en un medio ambiente cada vez más deformante. 

Ojala que este mensaje llegue a los que tienen ‘muchachos chiquitos’ pues ya los abuelos pagaron la transición…

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