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Sin apenas darnos cuenta vamos pensando, rumiando, dando vueltas y más vueltas a las cosas. Y lejos de aclararnos, nos sumergimos en un mundo convulso de dudas, temores, ansiedades que no nos dejan en paz.

Tenemos que reflexionar, ver los pros y los contras de nuestras decisiones, pero en ningún caso obsesionarnos por los resultados.

Una mente clara sabrá asumir los riesgos, procurará solventar las dificultades y será capaz de superarse aportando tranquilidad, sosiego, seguridad y satisfacción.

Una mente calmada, que sabe ver con claridad la realidad, será capaz de solucionar dudas y superar sufrimientos.

Para ello, procurará centrar su atención en un solo punto, en una sola idea, en un solo objeto. Es preciso apaciguar la mente dispersa, cargada de ansiedades. Debe centrarse, calmarse.

La mente errante no sabe detenerse a tiempo, vaga sin son ni ton, agobiando a la persona que, por encima de todo, necesita paz. No solemos aprovechar debidamente el potencial admirable del cerebro humano. Se ha comprobado que la reflexión serena, la meditación consciente y el pensamiento concentrado, produce cambios en el cerebro, principalmente en la corteza prefrontal, que es la que nos diferencia de otras especies. Nos permite sacar nuestro potencial cerebral. A la vez, disminuye la ansiedad, los enfados, la depresión y las preocupaciones. Centrando nuestro pensamiento en una sola cosa, logramos dejar de lado, temores y rencores. El rencor nos hace mucho daño, permanece en nuestro recuerdo y, lo peor, ahuyenta la hermosa capacidad de perdón que todos tenemos. Cada punto que aclaramos, cada pensamiento que controlamos, cada resultado que conseguimos nos proporciona alegría, inspiración, gratitud, satisfacción, vitalidad.

Tenemos que tratarnos con cariño a nosotros mismos, mantener una positiva autocompasión. Vale la pena tratarnos bien, valorando todo lo hermoso que Dios ha puesto en nuestras vidas. Una saludable autoestima nos permite afrontar saludablemente las emociones, reparando nuestros estados emocionales negativos, y aumentando la satisfacción vital.

Pongamos atención a lo que hacemos, sepamos con claridad lo que queremos, distingamos con precisión lo que nos conviene, y así pondremos en funcionamiento toda nuestra energía positiva. La atención centrada, no dispersa, nos hará buscar siempre lo mejor, rechazar lo que no nos conviene y actuar con sabiduría.

Prestamos atención a lo que hacemos hoy. Eduquemos nuestro pensamiento para que no esté siempre disperso. Sepamos leer los avisos de nuestro cuerpo (salud), las indicaciones de nuestra mente (meditación) y el acierto de nuestras decisiones (conducta).

Seamos fieles observadores de lo que pasa. Tengamos serenidad para aprender las provechosas lecciones de lo que nos llama la atención. Fomentemos la percepción necesaria y oportuna para medir las consecuencias de nuestros pensamientos, emociones y actuaciones.

Por: GREGORIO MATEU / felitodos@msn.com

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