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Es completamente normal que los niños experimenten con la mentira desde una edad temprana. En ocasiones, desde los dos años hasta un tope de 12.

Para algunos de ellos, la mentira es “saludable” como parte de su fantasía e imaginación.

(la mentira de un niño de cuatro años de edad, cuando le cuenta un secreto a su osito de peluche).

Otras mentiras son “mentiras blancas” que suelen aparecer alrededor de los seis años tendentes a beneficiar a otro o para no herir sus sentimientos. La mayoría de los niños (y adultos), las cuentan por el deseo de evitar castigos, verse mejor ante los demás, conseguir “salirse con la suya” o, simplemente, por diversión.

Algunos estudios sugieren que los niños con mayores habilidades cognitivas suelen mentir más y la explicación reside en que la mentira requiere en principio tener en mente la verdad de una forma clara y luego manipularla. La capacidad pues para mentir con éxito implica mayor facilidad para el pensamiento y el razonamiento. Sin embargo, es importante educar a los niños para que valoren la honestidad y evitar que la mentira se convierta en un recurso frecuente y constante.

El primer paso en la educaciòn para hacer frente a una mentira es considerar por qué se está diciendo: para evitar problemas, para quedar bien ante los demás y preguntarse si el niño es lo suficientemente mayor como para comprender que mentir es malo. En tal caso, quizá sería mejor en lugar de amenazarlo con castigos, enseñarle el valor de las cosas.

En todos los casos, al hablar con los niños sobre la mentira, los padres deben expresar que ésta les desagrada y que mentir no es jamás una buena excusa, así como dejar claro que la mentira disminuye la confianza y que cuanto más frecuente sea, más difícil será para los demás creerle cuando dicen la verdad.

Emplee expresiones como: “Me hace feliz cuando dices la verdad.” Y, sobre todo, indicarle que debe compartir información con usted pero sin mentir. Ello les permitirá desarrollar su propio sentido de la independencia y tomar decisiones por sí mismos reduciendo la probabilidad de mentir en las cosas que realmente importan.

También la actuación de los adultos es fundamental en tales enseñanzas. A menudo no tenemos en cuenta que somos un referente para el niño y que, por supuesto, imitará aquellos comportamientos o mentiras que incluso a nosotros nos parecen “inofensivas” como, por ejemplo, decir por teléfono que no podemos atender a la persona que nos llama porque estamos llegando tarde a una cita y debemos irnos de casa y al colgar sentarnos a ver una película. Tenga en cuenta que los niños, especialmente los menores de 10 años, les es difícil diferenciar entre las mentiras pequeñas y las grandes. Ellos sólo saben lo que está pasando.