Rasgos problemáticos del desarrollo motor resultante de la enseñanza de los movimientos
¿Cuáles son las condiciones para la actividad autónoma del bebé?
Actitudes del educador: respeto
En el transcurso de los últimos años son cada vez más los especialistas que reconocen que la intervención directa del adulto no es una condición indispensable para la adquisición de los movimientos. Sin embargo, bien sea para favorecer este desarrollo, bien como una manera de ocuparse del niño o como una forma de estimulación, se continúa dándole la vuelta, colocándole sentado o de pie pese a la inmadurez de su sistema neuromuscular. Se puede distinguir dos categorías de niños frente al movimiento:
a) Los niños que son poco o nada autónomos en la utilización cotidiana de sus capacidades. El adulto decidió por ellos que debían hacer, cómo y cuándo.
b) Los niños que han sido criados con autonomía en sus actividades, una autonomía donde se integra de una manera fundamental el desarrollo psicomotor en libertad, es decir movimientos que parten exclusivamente de la iniciativa del niño.
El perjuicio causado por las posturas impuestas no se limita al desarrollo de su motricidad, sino que también influye desfavorablemente en su desarrollo psíquico y en el desarrollo de su personalidad. Toda postura que el niño no ha adquirido por sus propias tentativas, experiencias, ejercicios, supera su nivel de maduración global y el niño se encuentra menos activo, menos perceptivo, obligado a ponerse en tensión para ponerse en equilibrio y no alcanza a reconocer sus propias capacidades y límites. Un niño autónomo, mientras que no ha aprendido a sentarse, no se va a sentar. Cuando llegue el momento, lo hará y podrá volver a retomar posturas de una manera armoniosa. En el desarrollo del psiquismo resulta aún más importante respecto de esta motricidad la iniciativa procedente del niño. Ya se reconoce que el movimiento activo de éste, cuya iniciativa asume él y que él mismo ejecuta, posee un papel preponderante en el conocimiento del propio cuerpo, en la autoconciencia, en la percepción de su propia eficiencia, en el aprendizaje, en el reconocimiento del espacio .Dejar al niño en libertad de movimientos no significa en manera alguna que no sea preciso ocuparse del niño pequeño. Es absolutamente preciso ocuparse de él. Además de la satisfacción de sus necesidades corporales, su buen desarrollo dependerá de la creación de relaciones humanas adecuadas, de la relación íntima con su madre (o con la persona que se ocupa de él). Es necesario que la madre establezca durante los cuidados que le preste, unos contactos serenos y afectuosos, durante los cuales los dos se muestren cada uno atento al otro, capten bien los significados del comportamiento del otro.
Es preciso hablar al niño pequeño, que se preste atención a sus iniciativas y es necesario responderle. Hay que satisfacer su curiosidad mediante respuestas y explicaciones y estimularle para que las señales que nos envía sean cada vez más numerosa y activas.
El niño que no es manipulado, se muestra atento y concentrado, persevera en sus tentativas y si no triunfa trata de encontrar por sí solo una solución. Se muestra más activo, sus juegos son más variados porque, a partir de posturas escogidas por él y que domina, puede buscar por sí mismo los diferentes objetos y juguetes; además al hallarse en un equilibrio estable, puede utilizarlos mejor. También va a aprender a como caer, como equilibrarse ante un desequilibrio.
Todos estos aprendizajes constituyen los factores esenciales de su esquema corporal. Este niño va a desarrollar va a conocer su entorno a través de la exploración y van a ir apropiándose de nuevas posibilidades, con prudencia, atención y nosotros como adultos vamos a tener confianza en él.
La motricidad libre del bebé emerge del desarrollo postural autónomo, que en la sucesión de sus fases le permite construir la disponibilidad corporal, el dominio del cuerpo y la armonía del cuerpo como expresión de un ser en el mundo.
La pediatra húngara Emmi Pikler, entendía que para que el niño evolucionara en el movimiento, no necesitaba la intervención del adulto y que un niño no manipulado, que puede moverse en libertad, es más prudente y aprende a caer; mientras que un niño sobreprotegido o forzado a moverse, que no tiene posibilidades de experiencias de sus propias capacidades y de sus limitaciones está más expuesto al accidente.
Un niño siguiendo su propio ritmo y sus propias tentativas es capaz de aprender mejor, de sentarse, gatear, ponerse de pie, de explorar, jugar, pensar…mejor, que aquel niño que alcanza los diferentes niveles de desarrollo impulsado por los adultos.
Nuestras observaciones hacia los niños, nos deben enseñar a confiar en las posibilidades de estos. Socialmente se considera que el desarrollo y el trabajo educativo son buenos si un niño realiza los progresos señalados a una edad determinada en las escalas, o bien antes y se consideran insuficientes si estos progresos se dan más tarde.Sin buenas relaciones afectivas, no se desarrolla o se desarrolla con grande retraso, los movimientos, la exploración y el juego. Cuando se establecen buenas relaciones afectivas con el niño, tiene mucho interés por el mundo exterior y da respuesta a sus estímulos que ayudan al su desarrollo global .
RASGOS PROBLEMÁTICOS DEL DESARROLLO MOTOR RESULTANTE DE LA ENSEÑANZA DE LOS MOVIMIENTOS
Si un niño es colocado en posiciones que no domina aparecen en él tensiones por intentos de equilibración del cuerpo, provocando una rigidez en sus movimientos. El bebé que se mueve con vivacidad tumbado de espaldas vuelve la cabeza a la izquierda, a la derecha, juega con sus manos, agita sus manos y sus pies. Su movimiento es más ágil y más equilibrado.
Cuando se le coloca al niño sobre el vientre, se halla inmovilizado y sus movimientos quedan reducidos. Sólo puede alzar la cabeza. Luego se le sienta y queda de nuevo inmovilizado durante semanas porque no puede abandonar la posición sentada. Sino está suficientemente sostenido o apoyado se cae,y cuando se le pone de pie se produce el mismo fenómeno. Cuando se provoca la aparición del reflejo de enderezamiento anticipadamente, creyendo que esto le ayuda en su desarrollo, se fuerza al niño a utilizar sistemas precarios e inadecuados para la función que se le exige, realizando reajustes posturales incorrectos, bloqueando el movimiento y distorsionando la información propia que el cerebro registra, obstaculizando un desarrollo armónico.
El niño pequeño que es colocado por el adulto en una postura que no domina, no sabe salir de ella cuando se siente incómodo.
Por otra parte cuando el bebé no ha madurado suficientemente el tono del tronco para sostenerse sentado por sí mismo y es colocado en esta posición con cojines o con otros artilugios se encuentra en una relación de dependencia frente al adulto ya que no puede cambiar de postura y esto produce frustración en el niño. Si esto se repite cotidianamente, se refuerza en el niño el sentimiento de impotencia y dependencia.
Hay varias posturas que el niño debe realizar para equilibrarse cuando es colocado a una postura a la que no ha llegado por sí mismo, por ejemplo: el niño estabiliza la cabeza, hundiéndola en los brazos; está sentado con la espalda curvada, en cifosis, su espalda no descansa sobre los isquiones (nalgas) o está de pie, con la espalda en lordosis, las rodillas curvadas… en estas posiciones los músculos conservan el mantenimiento defectuoso, funcionan en falso, hallando una solución insatisfactoria a una desproporcionada tarea impuesta a su organismo. Se crispan, se tensan, mientras que otro grupo musculares se relajan y no desempeñan papel alguno en el mantenimiento del equilibrio.
El niño con buena salud, cada vez más necesitado de actividad paralelamente a su desarrollo, si se encuentra inmovilizado, condenado a la inactividad y a la impotencia, se vuelve frecuentemente inquieto, insatisfecho, descontento. Es por esto que exige cada vez más que el adulto le cambie de postura, poniéndole sentado, de pie, o haciéndole andar, tiranizando al adulto y a la vez creando una conducta temerosa, un niño que no puede resolver nada por sí mismo y aún en las tareas más sencillas apela al adulto.
Le atraen los movimientos más evolucionados, realizados con la ayuda del adulto; la necesidad de que alguien le ayude constantemente cuando tiene dificultades durante sus juegos y sus movimientos se hace realidad.
Con frecuencia la falta de sitio, la ropa inadecuada, las prohibiciones del adulto, hacen más difícil, si no imposible, para él la adquisición de los movimientos que podría realizar por sí solo, por iniciativa propia.
La enseñanza del recién nacido, se ha vuelto cada vez más intensiva en estos últimos años; se cree que es necesario estimularlo, que es necesario enseñarle la mayor cantidad de cosas posibles en el menor espacio de tiempo. En general son los adultos los que deciden lo que tiene que saber en cada momento y cómo lo debe hacer.
Durante este tiempo los adultos están menos atentos a sus iniciativas y a las señales que manda el bebé y este se habitúa a la imitación y a la repetición en casi todos los terrenos de la vida, y muchas veces se considera que esa dependencia y pasividad corresponden a una disposición natural y no a una consecuencia.
Sin embargo si al niño se le deja tomar tempranamente iniciativas, si se está muy atento a sus señales y se responde a ellas, coopera cada vez más durante los cuidados. Más tarde ayuda extendiendo un brazo, levantando las piernas… cuando se lo pedimos. Cuando el bebé participa activamente en los cuidados, viviendo en un equilibrio emocional y afectivo, toma también iniciativas fuera de los cuidados, fuera de la presencia del adulto.
El desarrollo de los movimientos en el niño, no se determina como la progresión a partir de la incapacidad y de la torpeza hacia la autonomía. En cada uno de los estadios de su desarrollo, el niño es capaz de moverse de manera autónoma. Cambia nuestra mirada hacia el niño, vemos a un niño capaz con lo que sabe a hacer, nos fijamos en esto y no en lo que todavía no sabe hacer. A partir de su propia iniciativa va conociendo el mundo que le rodea.
Que los niños tengan pocas iniciativas, que sean poco creativos, que prefieran reproducir antes de inventar, son preocupaciones que tienen los psicólogos y pedagogos que trabajan con jóvenes. Los niños son educados desde el nacimiento en este sentido.
Desde la infancia más temprana se sofocan sus iniciativas, se les niega la experimentación por sí mismos… si se le diera más importancia a la iniciativa y competencia de los niños, podría producirse un cambio en la educación de los niños pequeños que podrían evitar o por lo menos atenuar la aparición de algunas alteraciones psíquicas y somáticas, se fomentará niños más calmados, más receptivos, más activos, con más intercambios con los adultos, con una vida emocional y afectiva más rica y equilibrada.
A pesar de que los niños sean manipulados, existe una plasticidad, una gran capacidad de recuperación en lo que concierne a la buena coordinación de los movimientos. La mayoría de los niños después de haber sido más o menos torpe, si encuentran frecuentes ocasiones de moverse, se vuelven atentos y prudentes.
Agnès Szanto señala que el niño siente su equilibrio como estable, cuando él por medios propios puede mantenerlo. Ensaya y explora nuevas posturas que todavía no están organizadas, puede abandonarlas, retomarlas, hasta que consigue una buena organización y esto tiene consecuencias directas en la construcción del esquema corporal.
¿En que modifica la relación niño-adulto el hecho de dar valor a la actividad autónoma? El adulto no coge al niño cuando le apetece, regula sus intervenciones y le avisa previamente de las acciones que va a realizar sobre él, le pide su colaboración. No le lleva constantemente en brazos, no le sienta, no le pone de pie… El adulto frente a los cuidados se vuelve más receptivo, más delicado, más paciente… y el niño responde de una manera competente, alegre, con movimientos equilibrados, dispuesto a colaborar. El adulto es el que brinda al niño las posibilidades materiales y espaciales, un entorno sin peligros, una esmerada atención y un buen conocimiento de cada criatura.
¿CUÁLES SON LAS CONDICIONES PARA LA ACTIVIDAD AUTÓNOMA DEL BEBÉ?
– La seguridad afectiva, la confianza en el bebé, la libertad de movimientos, el espacio, la ropa, los objetos y los juguetes adecuados.
– El tiempo y la continuidad de la actividad son fuente de experiencias esenciales y estructurantes.
– Los periodos de actividad libre, concretados en un tiempo regular y habitual en el que el bebé va reconociendo rápidamente la sucesión de gestos y actividades repetidas cotidianamente, verbalizadas por el adulto, se inscriben en un ritual que permiten al bebé su anticipación progresiva y una orientación espacio- temporal, que le prepara psíquica y corporalmente en el devenir en la situación que se ve implicado.
– Un respeto a cada tiempo de cada bebé en el desarrollo de la acción, sin interferencias del adulto.
– La continuidad del movimiento libre, como parte de un proyecto que autoconstruye, le permite al bebé la constitución de una continuidad psíquica en el pensamiento, mientras desarrolla un sentimiento profundo de competencia, que consolida el sentimiento de sí y el proceso de individuación (requisito para la construcción de todas las representaciones mentales, tales como la de su esquema corporal y la unidad de sí mismo).
ACTITUDES DEL EDUCADOR: RESPETO
El educador manifestará paciencia, consideración y dulzura en su relación con el niño/a y evitará manipularle, meterle prisa e intervenir intempestivamente en la aparición y en el desarrollo de sus funciones. Verbalizará todas las acciones que se hagan sobre él. Creará un ambiente conveniente para que el niño pueda actuar con los objetos de una manera competente.
Colocará tumbado al bebé boca arriba, nunca en otra postura que él por si solo no haya adquirido.
Por: Lic. Isabella Paz, Pedagoga Terapeuta y Psicomotricista.