¿Podemos programar nuestro cerebro para tener hambre? Muchos quisiéramos lo contrario, pero algunas cosas que ingerimos logran el efecto de programación que nos lleva a comer más de lo que el cuerpo en realidad necesita.
Dentro de mis investigaciones sobre cómo mantener un cuerpo sano, encontré informaciones científicas que me parece interesante compartirlas.
– El azúcar de las frutas (fructosa) se convierte rápidamente en grasa: Esta azúcar se encuentra también en muchos productos dietéticos. El problema es que el cerebro no la reconoce en su sistema de control, por eso no la acepta como producto dañino y ella termina alojándose en nuestros depósitos de reserva de grasa con agilidad. Otro efecto es que estimula la creación de reservas de células de grasa.
– Las bebidas dietéticas hacen engordar más que las regulares: Los productos sintéticos utilizados para endulzar alimentos dietéticos son bajos en calorías. Al igual que el azúcar natural son también estimulantes del apetito… pero por el contrario, no le surten al cerebro ningún elemento que le indique la satisfacción del hambre mientras se ingieren. El cerebro piensa que le hacen falta nutrientes ya que falta el azúcar como fuente de energía y nos da el comando de comer más; o sea, estos alimentos nos abren el apetito. Así terminamos buscando en otros alimentos las calorías que nos ahorramos al ingerir productos dietéticos dulces.
– Los alimentos empacados en plástico pueden provocar ataques de hambre: El ftalato es un producto utilizado para los empaques artificiales, como bolsas de plástico y tapas. Éste elemento químico no se queda fijo en el plástico y al liberarse puede pasar directamente al alimento por lo tanto a nuestro organismo. Se ha comprobado que el ftalato puede desatar ansiedad por comer. El cerebro se confunde y reduce la emisión de la hormona de la saturación, encargada de hacer sentir la satisfacción por la suficiencia de comida.
– Los chips (como las papitas fritas) nos pueden convertir en déspotas de la glotonería: El glutamato está en casi todo lo que es salado y conservado. El sabor artificial del glutamato no resalta el sabor de los alimentos como lo hacen los azúcares, los salados, los agrios y lo ácidos, éste químico cambia el sabor de los alimentos creando una confusión en el cerebro. El cerebro reduce la emisión de la hormona leptina (llamada también hormona del adelgazamiento) por esta confusión y el centro de saturación de nuestro cerebro se desactiva. Nuestro cerebro continúa dando el mandato de seguir comiendo. No importa cuántos chips hayamos ingerido, nuca llega la sensación de “estamos satisfechos”.
Pienso que hoy no hacen falta conclusiones adicionales, cada uno puede hacer sus propias conclusiones y decidir cómo y qué ingerir en el que yo llamo “Mi Hotel”, el que cuido y mantengo, porque me alojará toda mi vida.
Por: Diego A. Sosa. Escritor, Coach, Conferencista y Consultor