Escucho personas utilizar la palabra sacrificio de una forma peculiar en lo que se refiere al dinero. “Me voy a sacrificar y no me compraré tal o cual cosa”. Para ellos, no gastar todo el dinero en algún placer, es un sacrificio.
Otros reciben una tarjeta de crédito y deciden no sacrificarse, la usan hasta que no le quepa nada más. Hay personas que van al banco y toman un préstamo que apenas pueden pagar, se van de viaje o compran un bien que no necesitan. Gente que puede tomar una cantidad prestada para comprar una vivienda se ve arrastrada por algún banquero con deseos de cubrir su meta, y no hace un “sacrificio”, termina tomando mucho más de lo que debería, “su capacidad de crédito es mayor…” Preguntarles a los países que se han endeudado por qué le prestaba.
Me pregunto: ¿No endeudarse ni vivir el futuro por adelantado es un sacrificio? Visitar un restaurante menos costoso o salir a unas vacaciones más económicas… ¿es un sacrificio? ¿Crear un capital para luego invertirlo es un sacrificio?
La mentalidad del sacrificio está muy arraigada y las culturas consumistas las potencian. El país con la mayor economía del mundo está basado en que las personas no hagan sacrificios. EE.UU. mide su economía con la el ánimo de consumo que tenga su pueblo. El índice de consumo les sirve a todos para orientar sus inversiones. El país está bien cuando la gente está gastando dinero, y mal si la gente decide no gastar.
Muchos países no le hacen mucho caso a esta variable, pero sus habitantes toman la actitud de este importante referente. La televisión, las empresas, los que nos rodean… todo influye en hacernos sentir como víctimas si guardamos parte del dinero que nos ganamos.
Ahora pensaré a largo plazo y veré quién se sacrificó. Después de unos años, el que decidió “no sacrificarse” tiene su Facebook lleno de fotos de lugares que los demás no conocen. Su Twitter ha reportado cada mosaico pisado en Europa y el mundo. Su familia ha comido en los mejores restaurantes y visitado los hoteles más costosos, etc. Tiene dos vehículos que son un lujo y se los deben al banco.
Quizá vive en un apartamento alquilado o tiene un préstamo que terminará de pagar en el año 2030. Supongo que sigue produciendo dinero, o sea, hace malabares para llegar a fin de mes, las tarjetas de crédito no le sirven de instrumento de pago porque las usa como instrumento de crédito, no duerme porque no sabe cómo mantendrá los gustos de los hijos ni su imagen ante la sociedad, juega la lotería como única esperanza de salir de los problemas… en fin, hay que mantener el ritmo de ingresos para poder sobrevivir. El no sacrificarse comienza a doler. Sin mencionar que no hizo un fondo de emergencias, y cada vez que algo ocurrió, tuvo que tomar dinero prestado que no podía pagar sin reducir su calidad de vida.
Veamos un poco más lejos, la edad de retiro: No se sacrificó y compró los grandes lujos y viajes. Llegó el momento de dejar de producir, 65 años de edad y por lo menos veinticinco más para vivir. El salario se intercambia con una pensión que no es de la misma cuantía ni crecerá como crecía su sueldo. Como no se iba a sacrificar, no hizo aportes mayores como prevención. Las tarjetas de crédito siguen llenas, la casa no está paga y los vehículos comienzan a destartalarse y necesitan arreglos costosos. Con la edad, llegan las medicinas perennes. En fin, el nivel de vida baja poco a poco y los problemas llegan solos. Problemas que se enfrentan con dinero. Hay que vender la casa, con eso se termina de pagar el préstamo y queda algo para comprar una vivienda más económica y mantener la apariencia por unos años.
Me pondré del otro lado de la palabra sacrificio: Vivir por debajo del nivel que podría, me permite guardar dinero, o sea, crear capital. Puedo ponerlo a trabajar para mí cuando lo invierto, y al momento de mi retiro, tendré un batallón de gallinas poniendo huevos que mantendrán mi nivel de vida, que seguro es mucho más alto que el de los que “no se sacrificaron”.
Le dejo la opción de pensar en si el sacrificio es el lujo adelantado al presente o decidir crear un futuro lujoso.
Por: Diego A. Sosa. Consultor, Coach, Conferencista y Escritor