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Durante mucho tiempo padres y profesores han utilizado el castigo para educar y enseñar a los niños. Sin embargo, después de un largo debate del tema, hoy se tiene bien claro que no es necesario castigar.  Y que si bien es cierto que el castigo detiene momentáneamente el comportamiento indeseado, no es menos cierto que el castigo tiene efectos perjudiciales y dañinos. 

Está demostrado que el castigo no es un método eficaz para educar, que no enseña a los niños como deberían comportarse, sino  que, por el contrario, puede ser percibido y vivido por el niño como una manifestación de violencia física o verbal, al tiempo  que presenta al padre o al profesor que castiga como un modelo de conductas agresivas. 

Norm Lee, en su libro “Ser padres sin castigar”, advierte a los padres (y profesores) sobre los posibles daños que provoca el castigo en los niños. Le enseña que la violencia y  la intimidación es el camino para lograr el poder, el control y el respeto. Produce sentimientos de de ira y resentimiento. Convierte a los niños en bravucones abusivos.

 Hace que el niño se sienta culpable y desvalorizado, lesionando su autoestima. Mata la alegría, el buen humor y la alegría en el niño. Disminuye la capacidad de amar. Daña el valor y la confianza, generando timidez y cobardía. Induce el temor y la ansiedad. 

Pero una mayor advertencia es la que refiere a la gravedad del castigo físico y denigrante. El Comité de los Derechos del Niño, organismo de supervisión  de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, destaca que los derechos humanos exigen la eliminación de todo castigo físico, independientemente de cuan leves sean éstos. 

El Comité considera como castigo físico todo castigo en el que se utilice la fuerza para causar cierto grado de dolor o malestar, aunque sea leve: pegar a los niños (manotazos, bofetadas, dar palizas) con la mano o algún objeto –vara, “correa”, zapato, palo, etc.  Y así mismo: dar patadas, zarandear o empujar a los niños, arañarlos, pellizcarlos, morderlos, tirarle del pelo y de las orejas, obligarlos a ponerse en posturas incómodas, producirles quemaduras, obligarlos a ingerir alimentos hirviendo  o picantes o privarlos de sus alimentos. 

El Comité destaca que el castigo físico siempre es degradante. Agrega que también existen otros castigos que sin físicos, son igualmente crueles y degradantes, y por tanto, violatorios de los Derechos del Niño. Son estos, los castigos en que se menosprecia, se humilla, se amenaza, se convierte en chivo expiatorio, se asusta o se ridiculiza al niño, entre otros. 

No se trata de que el niño “crezca sin gobierno ni normas”, los niños necesitan límites, disciplina y orientación por su seguridad y el desarrollo de los valores que rigen la convivencia  y las buenas costumbres, pero también necesitan que se les escuche, se les considere y se les valore como personas, al tiempo que se les proporcione una crianza y una educación positivas, inspiradas en el amor, la tolerancia y el respeto. Los niños no son mini seres humanos con mini derechos humanos, tienen el mismo derecho al respeto y a la dignidad que los adultos. Y los derechos humanos no se detienen en la puerta a de los hogares y de las escuelas.

Héctor Rodríguez
Psicólogo. Filósofo
Director General
Psicología & Educación
Roberto Pastoriza Ed. Diandy XIII, Ensanche Naco.
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